Bitácoras de artesanos de embarcaciones
Uno de los desafíos que tiene este grupo de carpinteros es el recambio generacional. Actualmente se encuentran en búsqueda de apoyo para llevar a cabo un taller con estudiantes de Lebu, pero antes deben regularizar los derechos del terreno en el que trabajan.
A los 12 años hizo su primer bote de madera. Era pequeño, de 2.50 por 1 metro: cabían dos personas. En él salía a pescar pejerreyes. Para José Mardones (55), era normal ver a su padre hacer embarcaciones en el patio de su casa en Lota. Fue así como aprendió el oficio de maestro carpintero de ribera, solo observándolo. Su papá estudió hasta tercero básico: aprendió a leer y a hacer quillas para lanchas al mismo tiempo. Interiorizado en este oficio desde pequeño, José buscaba maneras de ayudar a su padre para hacer el trabajo más liviano. “Cuando estaba en enseñanza media, el profesor me mandó a hacer un dibujo cuadriculado y me di cuenta que la escala se trabajaba de forma tal que podía aplicarlo al trabajo. Mi papá estaba muy contento cuando llevé esa innovación: la idea era comenzar a mostrarle a los clientes modelos a escala de lo que serían sus embarcaciones”, cuenta José.
Los maestros carpinteros de ribera aprenden su oficio ya sea por tradición familiar- como es el caso de José- o por transmisión oral de aprendiz a maestro.
El trabajo se inicia por encargo de un “armador” (pescador artesanal o dueño de lanchas), quien pacta con el maestro los pagos y plazos. En este primer instante se definen las características de la embarcación: hay maestros que presentan maquetas a escala- como José- plantillas o planos para proyectar el trabajo final. Todo el proceso de manufactura de las naves es artesanal, por lo que cada embarcación es única.
Después de hacer el molde maestro, vienen distintos procesos que toman entre ocho meses y un año, luego de lo cual la nave está lista. El costo de éstas puede variar dependiendo del ancho, pues se necesitará más material. La regularización legal de las naves es al revés del proceso de construcción: una vez que se termina de hacer la nave, se hacen los planos para efectos de regulación pesquera. Así se evitan las diferencias entre las medidas del plano y el resultado final.
Este oficio se encuentra presente en distintas regiones del país con variantes locales y comunitarias: las embarcaciones se diferencian unas de otras por su funcionalidad y las maderas que se utilizan para construirlas, entre otros factores. Los maestros carpinteros de Boca Lebu aseguran que sus construcciones son de calidad, resistentes y duraderas. “Nuestras embarcaciones recorren todo Chile. Fabricamos barcos para pesca artesanal que se internan varias millas mar adentro, es decir pueden pasar bastante tiempo navegando. Esa es la principal diferencia que tenemos con maestros de otras zonas del país, porque es muy distinto navegar en el mar que en canales o ríos. También existen diferencias según el tipo de pesca artesanal que se desarrolle: si es para anchoveta, bacalao, albacora, la diferencia es grande porque la carga es distinta”, explica José Mardones.
El astillero artesanal de Boca Lebu se encuentra en la comuna de Lebu, Región del Biobío. Aquí es donde actualmente se desempeña José y sus compañeros de la Agrupación de Maestros Carpinteros de Ribera de Lebu, con quienes comparte saberes y conocimientos sobre el arte de confeccionar embarcaciones.
De aprendiz a maestro
José llegó a Lebu a los 25 años con bastantes responsabilidades a cuestas. Había dejado de lado el armado de barcos, porque los pescadores lo veían muy joven y no le encargaban trabajos. Sin embargo, acá retomó el serrucho, barreno y su hacha para comenzar nuevamente. “Me vine a trabajar como aprendiz con un maestro de la zona. Luego de hacer mis primeras reparaciones comenzaron a confiarme más trabajos y después varios clientes me pidieron que les construyera”, comenta José.
El paso de aprendiz a maestro lo da la experiencia y la confianza que deposita el armador que hace el encargo. “En este oficio se te reconoce por el trabajo que haces. Tiene que ver con el proceso completo, cómo empiezas a hacer las maderas y cómo se desarrolla la idea de embarcación”, comenta el maestro Mardones.
Ricardo Bustos (53) recuerda su primera embarcación como un gran logro: la “Mamita Inés” aún navega por la zona. “De a poco uno va aprendiendo a trabajar y se va haciendo maestro, por eso la primera embarcación no se olvida. Al menos yo lo considero como una meta cumplida, es algo que hiciste con tus propias manos, con ayuda de tu gente”, explica el maestro Bustos.
Ricardo inició la tradición de maestros carpinteros de ribera en su familia: recuerda que a los 10 años vendía carbón en la calle, a los 15 años fue pirquinero y luego trabajó en una empresa forestal. “Uno se sacaba la mugrienta trabajando y ganaba poco. Yo estaba en octavo básico, tuve que salirme de la escuela para poder trabajar, porque éramos 10 hermanos y mis viejos no tenían como para darnos, a mi papá no le alcanzaba. Con mi primer trabajo pude comprarme un par de zapatos. Llegué de ayudante del maestro Carlos García y lo que me gustó es que en esta pega trabajaba más aliviado y ganaba más. En los tiempos de la albacora me embarcaba con el patrón y después de la pesca seguía haciendo lanchas con él”, recuerda el maestro.
Arturo Bustos (57) soñaba con navegar y ser marino. Al igual que su hermano Ricardo, se inició afirmando maderas y haciendo labores menores al alero del maestro Carlos García, quien lo contrató como ayudante. “Me gustó el tema de la carpintería, aprendí rápido y cuando llegó el momento de irme, el jefe no me dejó porque dijo que yo daba para más. El maestro García se vino de San Antonio, Región de Valparaíso: de allá trae sus técnicas a Lebu. Es muy respetado, porque es detallista, tiene un trabajo bien pulido. Siempre nos decía ‘esto tiene que ser seguro, andan vidas dentro de un barco’. Lo que sí, el maestro García explicaba una vez no más, había que estar atento”, cuenta Arturo, quien actualmente es el presidente de la Agrupación de Maestros Carpinteros de Ribera de Lebu que cuenta con veinte socios.
El antropólogo social Diego Valdés trabajó cinco años junto a los maestros del astillero Boca Lebu, en un proceso cuyo objetivo era la puesta en valor de su oficio. Observó directamente la forma de trabajar de los cultores y le llamó la atención la “cooperación rotativa. Una vez que un armador encarga una nave, los maestros pueden rotar entre distintos grupos de trabajadores pertenecientes a esta agrupación, en diversos procesos. Hay un maestro que está a cargo y se hace responsable por el resultado final, pero los distintos miembros pueden aportar en el proceso de construcción. Esto permite a los maestros pasar de una obra a otra, ya sea entre hermanos o vecinos del patio de construcción. Hay maestros dedicados a los cortes, al remache, al esquema principal de la construcción. Hay otros que se encargan de soldar, de temas eléctricos, puesto que no solo tienen conocimientos técnicos en madera. En esa constante convivencia el conocimiento es compartido, de forma consciente e inconsciente en algunos casos”, explica el antropólogo.
Las herramientas que utilizan los maestros y aprendices para hacer su trabajo son la motosierra, taladro, escuadras, prensas carpinteras, nivel, cepillo y serrucho eléctricos. Gracias al avance de la tecnología, muchos de los procesos que antiguamente se hacían a mano, ahora se ejecutan rápidamente, con mayor precisión y requieren de menor esfuerzo. “Eran los años 80’, se hacía todo a pulso. Ahora la motosierra reemplazó al hacha y la suela. Antes la quilla y los palos los cuadrábamos con el hacha. La cabeza de los pernos los hacíamos con una fragua”, recuerda Ricardo.
La materia prima
Para iniciar el largo proceso de confección de una nave, por lo general los maestros buscan materia prima fuera de su región y hacen trato con parceleros o particulares que venden los árboles o la madera en forma de tablones. En su mayor parte son de la Región de La Araucanía.
La tala de árboles que hacen directamente los maestros no es indiscriminada. Cortan solo la materia prima que necesitan para confeccionar la embarcación y pocas veces al año, cuidando de hacer un manejo sustentable del recurso. “Cuando uno ve el árbol parado, le echamos una pura mirá, uno sabe al tiro si sirve y cuánta madera va a dar. Ya estamos acostumbrados, imagine que yo trabajo en esto desde el año ‘86. El árbol tiene que ser maduro, viejo, porque dura más, no se parte y tiene resistencia. Compramos ciprés y eucaliptus porque es la madera que dura más en el agua. Hay ocasiones en que nos entregan la madera elaborada y en otras tenemos que ir a las parcelas y nos venden el árbol tal como está. Tenemos que cortarlo, pagar maquinaria y camión para transportarlo hasta Lebu”, explica el maestro Ricardo.
José Mardones agrega que, si tienen que cortar un árbol, esto se hará con luna menguante porque en esta fase la savia se concentra en la base del árbol. “Esto significa que su madera tendrá mayor duración. Los árboles tienen que tener unos 50 a 60 años, porque si no tienen muchos nudos gruesos y así se astilla fácilmente. Y el eucaliptus lo usamos para la parte rígida de la embarcación, todo lo que está expuesto a golpes; el ciprés es el entablado o piso interior, también se usa por fuera. Las ligazones y la columna del barco son de eucaliptus”, explica.
El maestro Arturo Bustos agrega que el material tiene que ser el mejor. “La madera tiene que ser filete, no tiene que tener muchos ganchos ni nudos, porque de lo contrario quedan hoyos, eso no puede pasar en las embarcaciones, porque tienen que ser completamente herméticas”.
Una vez que la materia prima llega al astillero, cada maestro distribuye las labores en su cuadrilla. Normalmente cada equipo de trabajo está compuesto por 4 a 5 aprendices, quienes desarrollarán distintas labores según sea su nivel de experiencia. “Yo distribuyo según las habilidades que cada uno tiene: unos parten los palos, otros trabajan con motosierra”. Ricardo Bustos trabaja con cinco personas, dos de ellos son sus hijos, quienes afortunadamente aprendieron el oficio con él. Cada maestro ocupa distintas técnicas para el armado de la embarcación: en el caso de Ricardo, él y su equipo ocupan plantillas de eucaliptus, las que hacen las veces de moldes de la embarcación.
El proceso es largo. Cada parte se hace cuidando los detalles. Clavar, cortar, enmasillar, pintar, remachar son los verbos que se conjugan a diario en el astillero de Boca Lebu. En ese lugar son nueve los maestros carpinteros de ribera que trabajan junto a sus cuadrillas, compartiendo conocimientos y saberes de forma colaborativa. “Antes de la agrupación cada uno tiraba para su lado. Nos hemos unido más, antes ni conversábamos”, cuenta José Mardones.
Orígenes del oficio
La ciudad de Lebu se funda en 1862 y con ella emerge una pujante industria del carbón. Es así como llegan los pioneros de este oficio, ante la necesidad de fabricar o reparar barcazas que transportaban carbón o que se usaban en la caza de ballenas y pesca. “Por esos años había embarcaciones mercantes y militares que atracaban en la zona y que llegaban al embarcadero que se fundó en 1863. Desde ese entonces podemos rastrear los primeros trabajos. Estos maestros carpinteros de ribera eran migrantes europeos o venían del extremo sur (Hualaihué, Calbuco y Chiloé), los últimos llegaron a Lebu en los años ‘80 y ‘90, lo que permitió que distintos grupos de carpinteros entrelazaran sus conocimientos. También hay maestros de otras comunas de la región como Lota y Punta Lavapié, comuna de Arauco”, cuenta el antropólogo Valdés.
Riesgos
La amenaza de la desaparición de este oficio es un tema que preocupa a los carpinteros de ribera. “El envejecimiento de los cultores sumado al hecho de que no hay mucha gente joven que se dedique al oficio son un riesgo constante. Existe la intención de transmitir los conocimientos por parte de los maestros, pero no hay mucho interés”, comenta Diego Valdés.
El maestro Mardones siente gran orgullo al hablar de su trabajo, pero reconoce haber cometido un error. “Siempre dije que con un burro en la familia bastaba y sobraba, y que mis hijos se tenían que dedicar a estudiar. Mi hijo mayor me recrimina eso, que debiese haberle enseñado como segunda alternativa este oficio. No les permitía que vinieran a mi trabajo, pero cuando me enfermé se metieron igual, porque tenían las habilidades y sacaron varios trabajos cuando yo estuve mal. Mi hijo mayor es oficial de infantería de marina, mi hija estudia leyes y tengo otro en cuarto medio, quiere postular a astronomía o ingeniería”, dice José. El maestro Arturo Bustos agrega que las nuevas generaciones muestran desinterés por el oficio. “Los cabros están más preocupados del teléfono”, comenta. Su hermano Ricardo coincide con esa apreciación. “No les gusta trabajar. Algunos quieren la plata fácil, trabajar poco y ganar harto”.
Cuando tienen que buscar materia prima, los maestros carpinteros van acompañados de su cuadrilla o de sus pares, dependiendo del caso. De esa forma comparten el precio del flete de la madera y se acompañan ante cualquier peligro en la carretera. El conflicto y violencia en la zona también les ha pasado la cuenta, pues para encontrar materia prima tienen que atravesar Cañete, Tirúa, Contulmo y Purén, entre otras localidades, donde se encuentran con obstáculos.
El maestro Mardones también reconoce que la búsqueda de materia prima constituye un riesgo y que el conflicto en los territorios de Biobío y La Araucanía ha impactado los precios de los fletes. “Hace poco compré 700 tablones y manejé 6 horas hasta Capitán Pastene para ir a verlos, me salía más cómodo ya procesados. Me di la vuelta por Nacimiento por lo peligroso que están las carreteras. Para mí es imposible llevar un camión hasta allá por el peligro, así que el parcelero se comprometió a hacerlas llegar hasta Lebu. Ese flete hasta el astillero salió muy caro, eso porque hay que pagar el salvoconducto que se necesita”, comenta Mardones.
Los maestros carpinteros de ribera también reconocen una amenaza en la “competencia”, que con precios más bajos y otros materiales ha penetrado en el mercado de la pesca artesanal. “El fierro y la fibra están entrando fuerte en la construcción de embarcaciones, pero son de mala calidad y contaminantes. Las naves tienen menos estabilidad y resistencia. Otra de las amenazas que enfrentamos como agrupación es que nos puedan quitar el terreno del astillero, porque no es nuestro”, expresa Arturo Bustos. Actualmente la agrupación funciona en un espacio que está en comodato para un sindicato de trabajadores pesqueros que lleva años sin funcionar: la regulación de ese terreno es un tema pendiente.
Preservar el oficio
Gracias al valor e identidad que esta práctica tiene y entrega a los carpinteros es que concreta el reconocimiento por parte del Estado para ingresar al Registro del Patrimonio Cultural Inmaterial. “Con esto quizás se fomenta el oficio y no quedará en el anonimato, es bueno que a uno lo reconozcan porque siento que muy poca gente sabe de este arte”, comenta el maestro Mardones ante el reconocimiento del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio.
A través de una Solicitud Ciudadana impulsada por los maestros carpinteros de ribera, esta manifestación pasó a ser parte de dicho Registro el año 2021.
Con esta herramienta se reconocen prácticas del patrimonio cultural inmaterial a lo largo del país que sus cultores y cultoras consideran parte de su identidad y por lo mismo, realzan su valor: la salvaguardia depende de ellos mismos.
Estar en el Registro puede ser una herramienta de gestión para las comunidades cultoras ante otros organismos (públicos, privados o de la sociedad civil), según sus propias necesidades, por ejemplo, articular acciones de difusión, educación y fortalecimiento de capacidades para la gestión de la salvaguardia. Gracias a éste, la práctica se difunde y se hace visible.
Diego Valdés afirma que este reconocimiento es muy significativo para la agrupación, pues constituyen un colectivo que tiene una práctica particular dentro de su territorio. “Siempre reclamaban que se les confundía con pescadores artesanales. Para ellos es importante ser oficialmente diferentes a la pesca artesanal, en efecto son labores totalmente distintas. A través de este reconocimiento ellos buscan la puesta en valor de su oficio, quieren conseguir mayor apoyo, presencia y representatividad ya sea con el gobierno regional o externos que se interesen y que los apoyen en proyectar el oficio en el tiempo, porque ven el riesgo de que esto se extinga”, explica.
Arturo Bustos es un enamorado de su trabajo. “Siento gran orgullo por esta tradición, ojalá que nunca se termine el oficio de carpintero de ribera, la idea es ir enseñando a los ayudantes. Como agrupación además sabemos que podríamos formar parte de un circuito turístico en Lebu”, comenta el presidente de la Agrupación de Maestros Carpinteros de Ribera de Lebu. Justamente el temor de que este oficio se pierda en el tiempo los ha llevado a idear una forma de enseñarlo, pero primero tienen que sortear un obstáculo. “Queremos difundir esto entre los jóvenes, postular con un proyecto, pero para armarlo necesitamos un espacio. Eso nos juega en contra”, cuenta Arturo.
Por ahora, la agrupación busca regularizar la inscripción del terreno donde se emplaza el astillero. Luego de eso, se podrá concretar el sueño de los maestros, que es impartir un curso para los jóvenes del Liceo Técnico de Lebu y así difundir este oficio, antes de que se sumerja en el olvido.