[Columna] Las técnicas artesanales tradicionales, unas prácticas híbridas
América Escobar Inostroza. Encargada regional de Patrimonio Cultural Inmaterial en Maule.
Las técnicas artesanales tradicionales constituyen uno de los ámbitos más populares y gestionados de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (Unesco, 2003). De hecho, después de las categorías “artes del espectáculo” y “usos sociales, rituales y actos festivos”, es el tercer ámbito con mayores inscripciones en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (Santamarina, 2013).
En Chile, aclarando que una manifestación puede clasificar en más de uno de los cinco ámbitos definidos, el Registro de Patrimonio Cultural Inmaterial cuenta con 20 elementos inscritos bajo esta categoría, mientras que en el Inventario existen 11. En ese contexto, la reciente celebración del Día de las Artesanas y los Artesanos constituye una instancia apropiada para reflexionar sobre el patrimonio cultural y las transformaciones que ha experimentado durante el último tiempo.
Frente a la restrictiva noción de tradición, convencionalmente asociada a lo estático y lo inalterable, se han instalado y promovido definiciones asociadas a la teoría del cambio cultural. De esta forma, la tradición se presenta como “el resultado de un proceso evolutivo inacabado, con dos polos dialécticamente vinculados: la continuidad recreada y el cambio” (Árevalo, 2004, p.926). Así, la tradición constituye un proceso de selección cultural donde se escogen del pasado los referentes que cobran sentido y adquieren funcionalidad en el presente.
Esta postura nos permite analizar los procesos de activación patrimonial desde una perspectiva crítica, considerando que el patrimonio es siempre una construcción social y nunca algo dado, una esencia reservada y propia solo de grandes objetos (Prats, 2009). Desde este enfoque, los referentes culturales que son objetos y sujetos de activación no necesariamente son fieles reflejos de nuestro pasado. Generalmente los bienes y prácticas que identificamos como tradicionales no están desmarcados de las influencias globales; en efecto, la introducción del capitalismo y la globalización cada vez se hace más evidente. Sin embargo, contrario a lo que podría pensarse, las consecuencias de la interacción entre lo global y lo local no siempre termina por desarticular o destruir las dinámicas endógenas. Aunque el sistema global posee la capacidad de ramificarse e imponer su lógica sobre distintos puntos del planeta, también tiene la capacidad de construir relaciones de simbiosis y convivir con otros sistemas, generando prácticas hibridas, mixtas e impuras (Wolf, 2005).
En términos generales, el modo de producción capitalista se ha caracterizado por la mercantilización de la fuerza del trabajo y la separación de los productores de sus medios de producción. Por otra parte, la producción artesanal, en tanto forma de producción simple, se ha relacionado con dinámicas fundamentadas en la reciprocidad y el parentesco. Sin embargo, al observar –por ejemplo– la Alfarería de Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca o el Tejido en Crin de Rari y Panimávida notamos que estas formas de producción, en principio contrapuestas, tienden a vincularse y construir modelos mixtos.
Es frecuente que en la producción de artesanías catalogadas como tradicionales, algún miembro de la familia ayude o colabore con las artesanas durante una etapa específica del proceso de producción. Esa fuerza de trabajo no se remunera económicamente, por lo general, se percibe como un aporte, una contribución a la reproducción del grupo doméstico. Sin embargo, con el paso del tiempo y a propósito de la fuerte demanda a la que se ven expuestas algunas artesanas, surgen nuevas relaciones de producción, vínculos mediados por la mercantilización del trabajo y no solo por relaciones reciprocidad y parentesco.
Aunque no es común, en algunos casos se han identificado dinámicas similares a la subcontratación, es decir, artesanas que a cambio de un monto específico de dinero contratan los servicios de otras artesanas, aumentando así su capacidad de producción. Más frecuente aún es encontrar artesanas que, sin ser contratadas directamente, venden gran parte de su producción a otras artesanas mejor posicionadas económicamente. Bajo esta modalidad encontramos dos variantes: En primer lugar, artesanas que venden piezas completas, es decir, figuras terminadas y listas para ser comercializadas. Por ejemplo, es común que las artesanas de Panimávida vendan parte importante de su producción a las artesanas residentes en Rari. Lo anterior pues, la ubicación estratégica de las artesanas rarinas les entrega mayores y mejores posibilidades de venta. En segundo lugar, existen artesanas que venden piezas incompletas, es decir, productos no finalizados cuyos compradores deben invertir fuerza de trabajo para concluirlos y posteriormente comercializarlos. Por ejemplo, en Quinchamalí es posible identificar artesanas que solo venden piezas encoladas, es decir, figuras que aún no han sido bruñidas, lustradas, cocidas ni esgrafiadas y que, por lo tanto, requieren de un comprador que complete su proceso de producción. En las tres modalidades antes descritas es frecuente que las artesanas compradoras invisibilicen la fuerza de trabajo y los productos fabricados por las artesanas vendedoras. De hecho, todas las figuras producidas bajo su compra son comercializadas como si fueran objetos de su propia autoría.
Respecto de la separación de los productores de sus medios de producción, aunque en las técnicas artesanales tradicionales aún persisten prácticas como la recolección y el truque, es cada vez más frecuente que para acceder a sus materias primas las artesanas deban comprar aquellos que necesitan para producir y que antiguamente obtenían de su entorno inmediato. En el caso de Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca es el guano, en el caso de Rari y Panimávida es el crin. Los ejemplos se multiplican cada vez más, sobre todo, considerando que muchos de los terrenos de recolección se han privatizado, impidiendo el libre acceso a los cultores.
A esto debemos sumar que, generalmente, las artesanas no valorizan el total de horas dedicadas al oficio. Lo anterior pues, la mayoría tiende a mezclar el trabajo doméstico con el trabajo productivo remunerado económicamente. Además, las lógicas anteriormente descritas promueven la aparición de figuras como el intermediario o truquero; es decir, sujetos ajenos a la comunidad que compran productos locales y posteriormente los venden a un precio significativamente mayor. Sin embargo y a pesar de lo anterior, tampoco podemos desconocer que el movimiento global ha permitido visibilizar estos oficios y en algunos casos, convertirlos en una importante fuente de ingresos. Esto ha transformado a los elementos sancionados como patrimoniales en potenciales herramientas de desarrollo y empoderamiento de las comunidades.
Aunque la Política Nacional de Artesanía 2017-2022, elaborada por el ex Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, antecesor del actual Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, abordan algunas de estas problemáticas, es importante que la reflexión se traslade a la esfera de la gestión patrimonial. Lo anterior porque, la mayoría de los procesos de activación, de forma más o menos consciente, tienden a fijar aquellos que salvaguardan; es lo que Rautenberg (2003) denomina “endurecimiento patrimonial”. Bajo este contexto, ¿cómo trabajar las técnicas artesanales tradicionales y su evidente carácter hibrido? ¿Acaso el llamado es a reivindicar los modelos de antaño y revitalizar los procesos donde predominaban las relaciones de parentesco y reciprocidad; o bien, debemos asumir que las interacciones entre lo global y lo local han modificado de una vez y para siempre los escenarios donde se gestiona lo patrimonial? Si asumimos esta última postura, es importante analizar los pros y contras de dicha interacción, otorgando a la comunidad un papel central y resolutivo en el debate. Así, uno de los desafíos que tendrá que enfrentar la nueva institucionalidad está relacionado con la salvaguardia y cómo gestionar sin fijar, reconociendo que los elementos sancionados como patrimonio están insertos en un contexto donde las partes influencian al todo y sin duda, el todo también influencia a las partes.
Bibliografía
Árevalo, Javier. (2004). La tradición, el patrimonio y la identidad. Recuperado de: http:/ /dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=44419.
Prats, Llorena. (2009). Antropología del patrimonio. Barcelona: Ariel Antropología.
Santamarina, Beatriz. (2013). Los mapas geopolíticos de Unesco: entre la distinción y la diferencia están las asimetrías. El éxito (exótico) del patrimonio inmaterial. Revista de Antropología Social, 22: 263-286. Madrid.
Rautenber, M. (2003). Comment s`inventent de neoveaux patrimoines: usages sociaux, practiques institutionnelles et poliques publiques en Savoie. Culture & Musées, 1: 107-22.
Wolf, Erick. (2005). Europa y la gente sin historia. México: Fondo de la Cultura Económica.