[El Mercurio] La alfarería chilena en greda negra quiere ser Patrimonio de la Humanidad
Por: MARIA SOLEDAD RAMIREZ R. (31/03/2019)
Sobre los lomajes del secano costero se distribuyen las pequeñas propiedades campesinas, tierras que por siglos han sido cultivadas para el trigo, las cerezas, las parras; de inviernos helados y grises y veranos de canícula intensa (hace dos años, hasta 43 grados hubo). En ese paraje tan propio del Chile central a unos 30 km de Chillán, no muy lejos del río Itata está la vida y el trabajo de las artesanas de Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca, productoras de su famosa alfarería de greda negra.
Y ahí, con las manos y pies amasando el barro y creando objetos tan característicos como la guitarrera, el chancho, la cabra y la loza utilitaria, las loceras de esta comunidad se están preparando para que su trabajo ingrese a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, categoría que otorga la Unesco.
Apoyados por el reconocimiento como Tesoros Humanos Vivos en 2014 y la obtención de la denominación de origen por el Instituto Nacional de Propiedad Industrial, el expediente que demuestra la calidad de esta práctica artesanal debería presentarse a más tardar en marzo de 2020 a la Unesco. Y podrían pasar dos años más antes de que el comité correspondiente de esta instancia internacional tome una decisión. “Ellas mismas lo pidieron”, señala la ministra de las Culturas, Consuelo Valdés, y agrega que esto “da la fuerza suficiente para seguir llevando adelante de manera exitosa esta postulación”.
Mientras, el proceso de salvaguardia que se ha establecido con la participación de las loceras que hoy son entre 60 y 70 mujeres se está aplicando, con talleres para enseñar esta técnica, que ha sido transmitida oralmente de madres a hijas, y para encantar a la generaciones jóvenes con su quehacer, y la entrega de herramientas para su comercialización, entre otras acciones.
“Al valorar los saberes y conocimientos de la producción de loza negra de Quinchamalí estamos reconociendo una tradición cultural que opera como registro y vehículo de la cultura mestiza chilena de la zona central y de la pertinacia con que esta se ha seguido transmitiendo. Ese solo gesto, en medio de la producción en serie, coloca a esta alfarería como un elemento de enorme relevancia en una sociedad como la nuestra, que tiene la costumbre de querer borrar permanentemente los ademanes de los (as) que nos antecedieron”, señala la antropóloga y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2013 Sonia Montecino, quien ha realizado talleres con la comunidad quinchamalina para poner en valor su artesanía.
DE LA PICOTA AL FUEGO
“La loza de Quinchamalí tiene sus orígenes en el mundo precolonial mapuche y posteriormente se desarrolla muy fuertemente a fines del siglo XVIII y XIX. Puede apreciarse desde esas épocas su condición mestiza, a través de las representaciones de sus figuras. La llegada del tren será la que permita su circulación ampliada a los mercados locales”, cuenta Sonia Montecino sobre el origen de esta práctica, siempre vinculada a las mujeres.
Depositaría de esa tradición es Gabriela García, locera de profundo oficio, que cuenta haber ido aprendiendo desde que era una niña, de ocho años, cuando veía a su madre, tías y vecinas trabajar la greda. “Hay que tener paciencia y calma para dedicarse a esto”, añade, y su relato paso a paso del trabajo que hace lo confirma: desde recolectar durante el verano la greda con pala y picota de vetas determinadas para ponerla a secar, pasando por una serie de procedimientos que incluyen remojo, secado y mezcla de la greda con greda amarilla y arena para amasar con talones y pies, hasta terminar limpiando el material.
Recién ahí comienza el proceso de construcción de la figura, que pasa de moldear, bruñir, teñir con tierra roja y lustrar, a dibujar con una aguja especial los típicos diseño de espiga o flores, y finalizar con el cocimiento al fuego directo unos 25 minutos lo que se conoce como cochura y la pasada final de la figura por paja molida de bosta, que es lo que le da el característico color negro a esta cerámica.
“Este trabajo hay que quererlo para hacerlo”, remata Gabriela. Ella reconoce que no tiene herederos de su oficio, una de las principales amenazas para la conservación de esta práctica. Sonia Montecino agrega dos dificultades más: el que no se la utilice en los hogares chilenos y la presencia de las forestales que hacen más difícil llegar al lugar en donde todo parte: las `minas` de greda. El chancho, la guitarrera, la loza, son todos objetos propios de la larga tradición de trabajo en greda de Quinchamalí y Santa Cruz de Cuca, localidades de la Región del Ñuble. Esta práctica artesanal busca ahora protegerse y potenciar su producción.