Encuentro ancestral, viaje a las alturas
Además, atesoran saberes sobre la naturaleza y sus ciclos: de la alta montaña, sus hierbas medicinales y de técnicas artesanales que se traspasan de generación en generación, con las cuales fabrican el apetecido queso de cabra, aparejos y otras artesanías. Gracias a sus conocimientos ancestrales han sido reconocidos por el Estado para formar parte del Registro del Patrimonio Cultural Inmaterial.
Tenía 11 años cuando sus padres la fueron a dejar a la cordillera. Su hermano Celín tenía solo dos años más. Arriba no estaban solos: decenas de cabras los acompañaban en su iniciación. Días después subieron más personas, entre ellas una mujer que compartió sus conocimientos de cocinera con la pequeña Nirma, quien aprendió solo mirando. “No sabíamos ni una cosa, íbamos de la escuela a la casa, luego a ver y cuidar a las cabras, y al revés. Los primeros días había que comer cualquier cosa, tomar leche de cabra, lo que fuera. Pero logramos sobrevivir”, cuenta Nirma Olivares, criancera de la localidad de Tranquilla, comuna de Salamanca, Región de Coquimbo.
Cada diciembre y hasta fines de marzo, crianceros y crianceras se ven en la necesidad de subir a la cordillera con sus cabras en busca de alimento: en la alta montaña se consigue más pasto para sus animales. Una vez ahí, se quedan durante toda la temporada, excepto si no tienen quien busque y venda sus quesos en el pueblo más cercano: en ese caso bajan solo para venderlos. “Para subir a la montaña el único requisito es tener cabras y que alguien te enseñe el camino. La cabra sabe que en diciembre se tiene que ir a la cordillera entonces empieza a portarse mal, se queda en el campo y muchas veces no baja”, afirma Marta Olivares, criancera de Tranquilla.
Arriba viven el día a día de forma austera. Este es su modo de subsistencia: es tan escasa la leche de cabra, que prefieren destinarla a la producción de queso artesanal. “Nuestras carpas son sencillas. Todo lo que producimos en la cordillera lo tenemos que distribuir para el resto del año: tenemos que vivir de acuerdo a lo que cosechamos. Estos años han sido secos, por lo tanto, el pasto escasea y tenemos que suplementar a las cabras durante los otros meses”, comenta Marta.
Los y las crianceras se autodenominaron de esta forma porque tejen una relación afectiva con sus animales en el pastoreo. Crían las cabras y de ellas obtienen subproductos como el queso artesanal, requesón y mantequilla y solo venden sus animales cuando dejan de ser productivos. “El queso que se produce tanto en las casas como en la cordillera, no lo cortamos con químicos, se hace con suero natural, lo cual es un valor agregado a nuestro producto y le da mayor duración: se pone bajo sombra para que no se seque. Cada uno baja y vende sus propios quesos cada 15 días aproximadamente”, explica Marta, quien además es presidenta comunal de los crianceros de Salamanca.
Esta práctica estacional se basa en la experiencia milenaria de los pueblos originarios del territorio en que se sitúa la provincia del Choapa: crianceros y crianceras actualmente ocupan los espacios ecológicos y culturales ubicados en los humedales altoandinos, denominados posturas o veranadas. Esta manifestación abarca también la crianza de cabras, con las que generan un estrecho lazo que va más allá de la domesticación y obtención de subproductos. Existen referencias arqueológicas que están representadas en diversos petroglifos, en asentamientos y cementerios en la zona, fenómeno relevante para los pueblos precolombinos como el complejo cultural Molle, Ánimas y Diaguita.
Según la antropóloga Nanette Vergara, quien ha acompañado a esta comunidad desde el 2009, su forma de vida responde a la de las culturas pre- hispánicas, “aunque crianceros y crianceras no se identifican necesariamente con un pueblo reconocido por el Estado. Ellos se dedican a una práctica heredada culturalmente por generaciones, la que tiene un origen producto del mestizaje, además la cabra es una especie introducida. Este mestizaje es también por antecedentes arqueológicos, etnológicos y etnográficos entre pueblos del sur andino, llámese diaguita o picunche. La evidencia indica que algunos apellidos de los crianceros son de origen mapuche-picunche (gente del norte). Los tránsitos hacia la cordillera están implícitamente demarcados, por generaciones se han movido en el mismo espacio geográfico y hay evidencia arqueológica en el camino: esto tiene por lo menos 500 años de práctica”, afirma.
La subida
Quienes practican la trashumancia suben a la cordillera desde distintas localidades de la provincia de Choapa como Tranquilla, Cuncumén, Coirón y Chillepín. Marta, Nirma y Servando Maldonado suben desde Tranquilla, pueblo que queda a 38 kilómetros de Salamanca, hacia la precordillera.
Ellos recorren aproximadamente 40 kilómetros a caballo para llegar hasta sus “posturas”, punto de la cordillera donde se instalan con sus cabras.
Cuando llega el mes de diciembre, comienzan los preparativos. “Una semana antes se repasan monturas, aparejos, herraduras de los mulares y caballos. Uno madruga a las 5 para hacer fuego, se prepara el desayuno y el primero que sale es el ganado y el arriero. Se llega hasta cierto punto, se almuerza, se espera a la tropa y a los que vienen con las cargas”, explica Marta.
Servando siente que subir con sus animales es como ir a veranear. Además de hacer queso, él es el único talabartero de Tranquilla. Aparejos, bozales, riendas, jáquimas son algunas de las piezas que confecciona. Su rutina diaria en la cordillera comienza a las 5 de la mañana: “primero hago fuego, saco la leche, tomo desayuno, hago el queso, después hago el almuerzo, salgo a ver a los cabros y los llevo al campamento. Uno se acuesta temprano, a las 8 de la noche ya estamos en la carpa”, dice.
Algo que no puede faltar son las cartas para jugar en la noche, agrega Marta. Ella también se levanta temprano para no toparse con el molesto sol estival y así poder hacer queso, requesón y mantequilla.
Aparte de las tareas cotidianas, también hay que mantener el acceso al agua y a la leña. “Tiramos 300 metros de manguera para obtener agua desde una vega. Tenemos una carpa grande para guarecernos del sol y de la lluvia. También hay que buscar la leña porque está lejos y eso sí que no se puede terminar”, comenta el talabartero.
Saberes sobre la naturaleza y el universo
Quienes suben a la cordillera, manejan además conocimientos acerca de la naturaleza y el universo, relacionados con los ciclos del agua, posición de los astros, uso y beneficio medicinal de hierbas cordilleranas.
“Recolectamos las hierbas y las traemos a la casa, las convidamos a los vecinos. Nosotros no usamos pastillas, solo cosas naturales. Por ejemplo, para el dolor de estómago usamos carapela y chachacoma. Cortamos las hierbas para uso personal y por necesidad, no hacemos contrabando ni la vendemos”, cuenta Nirma.
“No es muy buen chiste estar en la cordillera y enfermarse o quebrarse, uno no tiene nada escrito si va a volver o no a su casa. Así que cuando uno enferma, se cura con hierbitas no más, al natural”, explica Servando.
Vergara agrega que “para poder estar en esas condiciones, necesitan ser autosuficientes: la utilización de las hierbas tiende a suplir sus necesidades en una urgencia médica: tienen el conocimiento de cada una de las plantas endémicas de la cordillera, ellos conocen sus múltiples funciones”.
Sólo con sentir la orientación del viento, Marta puede predecir si se acerca la lluvia. “En el caso que se vean nubes y tengamos viento de cordillera, habrá lluvia. También podemos pronosticar una borrasca: a veces caen rayos que parecen salir debajo de la tierra y hay que tener cuidado”, comenta la criancera.
Crianceros y crianceras logran estos conocimientos a través de la profunda observación del espacio y la naturaleza, “lo cual es muy vinculante a los pueblos ancestrales que habitaron esta zona. Los saberes se traspasan en forma de memoria, ‘mi mamá lo hacía así’, ‘mi abuelita lo hacía así’, así como aquellas interpretaciones que se hacen del entorno de los astros: por ejemplo, algunos dicen ‘cuando la vía láctea se alinea con el Río Choapa, vuelven los tiempos buenos’, y efectivamente llueve. Estos conocimientos son de generaciones hacia atrás, tienen una memoria profunda. Esta observación les permite también hacer pronósticos del comportamiento de los ciclos hídricos”, explica la antropóloga.
Tradición del Valle de Salamanca
Marta tiene la sensación de haber nacido en un corral. Siente un gran orgullo cuando habla de esta tradición que le fue heredada desde pequeña. “Mi papá fue criado con ganado, al igual que sus 10 hermanos. Esta es una tradición de toda la gente del Valle de Salamanca: antiguamente todos tenían cabras, ahora son pocos. Nosotros ayudábamos a mis papás a cargar los mulares con todo lo que tenían que subir, pero no nos llevaban. Yo comencé a subir cuando tuve mi propio ganado, como a los 29-30 años”, cuenta Marta.
La primera vez que Servando subió, lo hizo con su mamá. “Luego que me afirmé de andar a caballo, la acompañé. A los 8 años fui por primera vez, es otro el aire cuando se sube…es como tener vacaciones”, cuenta. Nirma también siente gran orgullo, pues como ella dice, no cualquier mujer puede ir a la cordillera. “No hay nadie en muchos kilómetros a la redonda, yo veo cosas que muchos no tienen la suerte de ver ni conocer”, afirma.
A través de una Solicitud Ciudadana impulsada por la comunidad, esta manifestación cultural logró ingresar al Registro de Patrimonio Cultural Inmaterial en Chile. Este reconocimiento surge como parte de un proceso entre cultores y cultoras, quienes solicitaron que la práctica crianza caprina pastoril del Río Choapa fuese reconocida por el Estado.
El reconocimiento del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio ha sido importante para crianceros y crianceras. “Somos un rubro importante a nivel nacional: para nosotros es valioso que nos reconozcan, porque en la región nos habían desconocido. Es importante salir a la luz, con mayor razón ahora estamos orgullosos de esta identidad criancera”, comenta Marta.
Con esta herramienta se reconocen manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial a lo largo del país que sus practicantes consideran parte de su identidad y por lo mismo, realzan su valor: la salvaguardia depende de cultores y cultoras.
Además, este reconocimiento en el Registro puede ser una herramienta de gestión para las comunidades cultoras ante otros organismos (públicos, privados o de la sociedad civil), según sus propias necesidades, por ejemplo, articular acciones de difusión, educación y fortalecimiento de capacidades para la gestión de la salvaguardia. Gracias a éste, la práctica se difunde y se hace visible.
Recambio generacional y cambio climático
Servando cuenta que cada año disminuyen las personas que suben a la montaña. “Hay tantas comodidades, tanta tecnología, que ahora la gente no quiere ir a la cordillera porque es muy rústico”, comenta el criancero. “Todo lo quieren hacer sentados en una oficina, con un teléfono”, agrega Marta.
Justamente la disminución del recambio generacional es una amenaza para esta práctica rural.
“Yo solo tengo una nieta y no me la prestan para subir a la cordillera”, explica Nirma. “A mis hijos no les interesa subir, tampoco les gusta trabajar en talabartería. No me miran, no están ni ahí. Trabajan en otras cosas…pero hay amigos que vienen a que les muestre a trenzar, para hacer una jáquima, un lazo, a ellos les enseño para que se queden con mis conocimientos”, dice Servando. Marta es más optimista en este aspecto. “Hay que subir con los niños desde chicos. Mis nietos atienden a las cabras, las alimentan, les dan agua, les dan cariño, si les gusta el queso y la leche, empiezan por sacar la leche. Todos mis nietos han aprendido a caminar en la cordillera. Tengo una nieta que subía todas las temporadas conmigo y a falta de radio, ella me cantaba las canciones. Yo sé que el día que yo me vaya, ellos continuarán”, explica.
Otra amenaza para esta práctica es la explotación de la gran minería del cobre instalada en la zona altoandina de Cuncumén. En los espacios donde se realizaban las veranadas hoy se ubica el proyecto minero Los Pelambres, que ha causado la desaparición del río Cuncumén, junto a la contaminación de de vegas y bofedales de los que dependían productivamente crianceras y crianceros. “Nos hemos visto afectados por el polvo que levanta la minera Los Pelambres, los arbustos se llenan de tierra y además ellos manejan sin restricciones el agua de los humedales y bofedales que se ubican en la cordillera. La minera gana miles de dólares diarios, pero son mezquinos con los pueblos y las localidades”, dice Marta Olivares.
Además, producto del cambio climático, hace más de 10 años viven una sequía que les ha causado pérdidas permanentes de ganado y en algunos casos han vendido los animales. Siempre optimista, Marta afirma que “así vaya quedando una sola persona como cultora de esta práctica, le enseñará a los que vienen después. Este oficio no se va a terminar”.
Comunidad cultora
La comunidad vinculada a la práctica de la crianza caprina pastoril del Río Choapa corresponde a 18 habitantes de las localidades de Tranquilla, Cuncumén, Coirón y Chillepín, ubicadas en la comuna de Salamanca. Además de la talabartería, conocimiento y uso de hierbas medicinales y fabricación de queso, realizan tejido a telar, canto a lo divino y lo humano, alfarería, cestería y también se encuentran sobadores de huesos.
¿Qué es el Registro del Patrimonio Cultural Inmaterial?
Identificar y reconocer los patrimonios culturales inmateriales presentes en el país es el objetivo del Registro del Patrimonio Cultural Inmaterial. A través de esta herramienta estatal, Chile responde a uno de los requerimientos de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial (UNESCO, 2003) suscrita el 2008 por nuestro país. Crianza caprina pastoril del Río Choapa es una de las manifestaciones reconocidas junto con otras a lo largo del país.
Si quieres saber más de ellas, visita: www.sigpa.cl